De un año á esta parte se ha introducido en muchos cafés de segundo y tercer órden de esta capital, la costumbre, importada de Francia, de dar pequeñas funciones de canto, durante las primeras horas de la noche. En el elegante «Café chantant» de la calle de la Unión, fúe donde empezó á inaugurarse con general aceptación el alternar con la música del piano diferentes piezas de canto, entrelazando los aires franceses, con cabaletas y dues de óperas italianas, y con aires de canciones españolas. En el dia en los cafés de la Rambla de Sta. Mónica, algunos de la plaza de Palacio, los de la calle Hospital y otros de más modestas apariencias, mantienen ajustados en obsequio de sus favorecedores, un número notable de tenores, bajos y primas donnas, que adornados de dotas más o menos aventajadas, pero siempre con un pulmón y una garganta que desafian la fatiga y el rigor de la atmósfera, son la delicia de sus respectivos auditorios, cantando durante dos y tres horas contínuas, canciones andaluzas, tonadillas y piezas de ópera; y aunque por supuesto que en más de una ocasión, ni los mismos Iradier u Rossini adivinarian la verdadera procedencia, no por esto dejan de ser una prueba del desarrollo de la afición que todas las classes sociales de la sociedad barcelonesa profesan al arte filarmónico en sus diferentes escalas, oyéndose con placer desde el organillo y el violin callejero, hasta las grandes orquestas de los conciertos del Liceo.